¡He vuelto a tener ilusión por mi
trabajo! Llevaba mucho tiempo sin sentirme así y ya casi ni lo recordaba. Una
sensación de paz interior, de buen rollo, de sentir que todavía te queda algo
que hacer en la empresa y que todavía eres útil. Normalmente, enseguida se
apaga la ilusión y vuelve la rutina, pero esos días de satisfacción por hacer
algo diferente, bien hecho, son magníficos.
Y es que siempre he pensado, y lo
he vivido, que las personas necesitaríamos cambiar cada cierto tiempo de
trabajo. Sería una motivación nueva, salir de la rutina, aprender cosas nuevas…
una nueva experiencia. Creo que creceríamos más como personas y, en estos
tiempos de redes sociales, aprenderíamos de nuevo a socializar y a empatizar.
Sería una oportunidad que te brindan para recuperar la esperanza que se va
perdiendo durante los años trabajados.
Sé que hablar de esto cuando el mes
de agosto ha tenido el mayor crecimiento de paro desde 2008 (siempre dependiendo
de la fuente consultada) y siendo el segundo país en Europa con las tasas más
altas, no ayuda a empezar un nuevo método de organización laboral. Pero ¿por
qué no? Igual es el momento de plantearnos qué es lo que falla y cómo podemos
mejorarlo.
Yo, desde mi experiencia en el
mundo laboral, he llegado a la conclusión de que el tiempo adecuado para
realizar el cambio sería de tres años. En ese intervalo consigues aprender todo de tu puesto de trabajo, lo que crea una
situación de desánimo, rutina y falta de interés que precipita en una bajada de tu rendimiento.
Creo que no es mucho ni poco
tiempo, el justo para aprender tu labor, sacarla adelante, mejorarla si hace
falta y enseñar al siguiente que vaya a ocupar tu puesto.
Cuando hablo de mejoras, habréis
pensado que puedo sonar soberbia o arrogante pero si lo pensáis por un momento
podría funcionar. Cada persona somos diferentes
y podemos aportar al puesto de trabajo maneras más efectivas y
eficientes de hacer las tareas. Si cada vez que entra una persona a ese puesto
de trabajo aporta su granito de arena conseguiremos el mayor rendimiento de la
empresa.
Supongo que si algún empresario
descube mi blog y lee este artículo igual no está de acuerdo conmigo. ¿Perder
trabajadores que hacen su trabajo de media bien y que no dan problemas? No es
una opción. Pero, ¿y si esos trabajadores no salieran de la empresa? Los que
están en una media de bien podrían llegar a una media de sobresaliente solo por
motivarles y hacerles ver que son capaces de muchas más cosas de las que
creían.
También se podrían llegar a
acuerdos con diferentes empresas para intercambiar a trabajadores. Este método
me parece fascinante. Personas que traen aire fresco, ideas nuevas, y que
pueden mejorar el rendimiento de la empresa, que al fin y al cabo, es de lo que
se trata.
Desde luego, para todo esto,
habría que hacer un estudio de empresa o
de las diferentes empresas que se ponen
en común para llevarlo a cabo. Primero,
estudiar el campo en el que se mueve la empresa, qué produce, qué puestos de
trabajo tiene, cómo los organiza, cuántos trabajadores tienen, realizar
perfiles de cada uno de ellos (estudios, capacidad de adaptación, funciones del
puesto que desempeña en la actualidad…). Y una vez que tenemos todos los datos,
se podría realizar un proyecto que detallara cuál sería la nueva organización
empresarial.
Para mí, este sería un proyecto
que me gustaría liderar… siempre y cuando dure tres años. Pero, volviendo a la
realidad, al principio de este escrito os comentaba como había vuelto la
ilusión a mi trabajo.
Y es que este verano, supongo que
por falta de personal, me adjudicaron una tarea propia de recursos humanos.
Reclutar personal.
Qué os puedo decir; algo nuevo,
satisfactorio y que por lo menos, durante el verano, ha hecho mi trabajo más
llevadero. Lo que más he disfrutado ha sido el momento entrevista. Siempre
había estado en la posición de entrevistada, con las piernas temblando, el
currículum en la mano, y pensando si mi atuendo y maquillaje eran
adecuados. Pero la sensación de ser el
entrevistador nunca la había sentido y ¡OMG!
Sales del despacho, con porte
serio, bien erguida, con tu traje chaqueta bien planchado, y dices: Por favor,
que pase….Y lo ves como se levanta tambaleándose un poquito, intentando ser
rápido pero a la vez seguro para no caerse y una vez que entra, le indicas
donde sentarse con un gesto y sin mediar palabra.
Como era la primera vez que
realizaba este trabajo, antes de comenzar las entrevistas, me preparé una
plantilla con una pequeña introducción donde les explicaba en que se basaba el
puesto ofertado y luego algunas preguntas básicas. Buscando por Google,
descubrí algunas preguntas trampa como: ¿Cuánto crees que deberías cobrar?
¿Cuáles son tus aspiraciones? o ¿Cuánto tiempo esperas trabajar en la empresa?
pero decidí ser profesional y centrarme
en las preguntas importantes sin hacer perder el tiempo a los candidatos.
Después de mi introducción,
siempre con tono de seguridad, mirando a los ojos y bastante seria para lo que
soy yo, les preguntaba si lo habían entendido y si querían hacerme alguna
pregunta. Casi todos dijeron que no. Lo que no sé, es si lo dijeron porque lo habían entendido o
porque estaban tan nerviosos que no podían asimilarlo. Las preguntas de rigor y
un “te llamaremos”.
Después de unas semanas intensas
y unas cuantas entrevistas, ya tenía a la persona indicada, y esperando no
equivocarme, lo siguiente fue, llamarla para darle la buena noticia. De si
acerté o no, os hablaré en un próximo post.